Dios no nos hizo pecadores, nos hizo
de carne y barro, y la carne es frágil, y esto no tiene solución. Por más que
nos levantemos, volveremos, volveremos a caer. Eso no significa que el pecado
sea obligatorio, ni que gracias al pecado conseguimos la salvación. El pecado
no es obligatorio, es inevitable. Cuando Dios se hizo hombre, tuvo su momento
de debilidad y duda, prueba de que era enteramente humano. Las almas más
perfectas tienen sus caídas, y nos sostiene la debilidad de Dios. El que esté
libre de pecado, que tire la primera piedra. No repitas lo que dice la ley,
mira en tu corazón y dime, ¿estás libre de pecado? No, claro que no. No hay más
juez que tú mismo, y tú te acusas. Así que, primero, compadécete de tu
semejante que ha fallado; y segundo, ¿qué vas a hacer con tu culpa? Pero,
¿culpa de qué?
Ser el juez de uno mismo no es
torturarse con la culpa, culpa de haber causado daño (¿a cuántos hemos
crucificado?) culpa de habernos traicionado a nosotros mismos. Ah, no hago el
bien que quiero, sino el mal que no quiero. Creo que nuestra vida es el camino
de la Cruz a la Resurrección, porque Dios no nos ahorra la cruz, pero sabemos
que después siempre viene la resurrección… Y volvemos otra vez a la cruz, y
otra vez a la resurrección… Tenemos la capacidad de matar y la de dar la vida
por los demás. Aunque no seamos capaces de dejar enteramente atrás la
debilidad, podemos recorrer un camino de salvación. No llegaremos nunca a una
meta, pero el camino, el camino, la vida, es lo que cuenta. Somos algo que se
está haciendo. Hagámoslo bien.
En este camino estamos. De la piedra
al diamante y del diamante a la piedra, esto es la carne, el barro, la vida. Y
no puede ser de otra manera. Lo importante es darse cuenta de ello, y ver que
tiene un sentido. El sentido no es aceptar pasivamente el dolor, y mucho menos
esperar una futura gloria que lo compense todo; el sentido es la aceptación de
lo que no podemos cambiar (y la lucha contra lo que sí podemos cambiar) y el
inmenso consuelo de no estar solo.
"Porque lo que hago, no lo entiendo; pues no hago lo que quiero, sino lo que aborrezco, eso hago. Y si lo que no quiero, esto hago, apruebo que la ley es buena. De manera que ya no soy yo quien hace aquello, sino el pecado que mora en mí. Y yo sé que en mí, esto es, en mi carne, no mora el bien; porque el querer el bien está en mí, pero no el hacerlo. Porque no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero, eso hago. Y si hago lo que no quiero, ya no lo hago yo, sino el pecado que mora en mí" (Romanos 7)
ResponderEliminarLo que Pablo dice, tú lo recreas con maestría (y mucha menos dureza. De algo nos sirvieron estos 2000 años de pecado).
Un placer pasar por aquí
Saludos
Muy agradecida por vuestros comentarios. Por desgracia, dejé este blog abandonado, por imprevistos de la vida. Pero me hace muy feliz ver que ha llegado a alguien. ¡Gracias!
EliminarQué belleza de reflexión.
ResponderEliminarTambién yo he llegado por casualidad y no puedes hacerte una idea de lo que disfruto y del bien que me hace. Adelante...sigue. No te detengas por favor...
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