XIX ...y
se apaciguarán cuantos se sienten turbados al oír este libro. Pues, si lo oyera
leer, toda la Santa Iglesia se maravillaría.
Es verdad —dice Amor— para Santa
Iglesia la Pequeña, que está bajo el imperio de Razón. Pero no lo es para Santa
Iglesia la Grande —dice Divino Amor—, que se halla bajo nuestro gobierno.
XLIII Queremos decir —dice Santa Iglesia— que tales almas están en vida
por encima de nosotras, pues Amor habita en ellas, y Razón en nosotras; pero
eso no va en contra de nosotras —dice Santa Iglesia la Pequeña—, sino que al
contrario las saludamos y loamos por ello con la glosa de nuestras Escrituras.
Este libro turba al ser leído, y
turbó tanto que no dejaron de quemarlo una y otra vez, y todo por haber dicho
que por encima de la Iglesia establecida hay una Iglesia espontánea y libre
formada por todas aquellas almas esclarecidas cuya simple presencia ilumina el
mundo. Y no dice nada negativo de la Iglesia institucional, que en el libro afirma
que no son dos entidades enfrentadas. Una cumple su función de la forma más
básica, más tradicional, se encarga de los ritos y las palabras que son muy
dignos de respeto. Pero sus estrechos muros no pueden contener el aliento del
espíritu, porque ninguna creación humana puede contenerlo. Más allá de esta
Iglesia pequeña, no al margen ni en contra, sino avanzando mucho más en el
camino, sin freno y sin límites, hay una Iglesia grande que es realmente la que
encarna el cuerpo de Cristo en el mundo. Nadie sabe su tamaño ni si crece o
desaparece, pero seguro que existe, aunque cueste tanto verla, porque está
hecha de los elementos más simples, más corrientes de la humanidad, como aquellos
vagabundos harapientos que pisoteaban los caminos de Palestina viviendo una
vida diferente, en los que ningún historiador se fijó en su momento. Santa
Iglesia la Grande amenaza con la libertad, y este es un desafío que no todos
entienden.
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