Alguien me dice que no es bueno eso
de refrenar los instintos, que no es natural. En realidad refrenamos nuestros
instintos cada día, por ejemplo el de quedarse en la cama cuando suena el
despertador. Levantarse no es lo que pide el cuerpo, pero si hacemos algo que
no nos apetece demasiado y que tal vez sea duro, es porque conseguimos algo a
cambio, algo que queremos, que no tendríamos de habernos quedado en la cama.
Quizá nos apetezca beber y bailar todo el día, pero sinceramente, entonces no
tendría ninguna gracia, lo que tiene de bueno de beber y bailar de tanto en
tanto es que no lo haces siempre. Mucha gente piensa ahora que lo mejor para
ellos es tener y hacer todo lo que desean en todo momento, pero yo no los veo
felices, ahí está el índice de depresiones para confirmarlo. No estoy en contra
de los deseos, sino de educar los deseos, de pulirlos y mejorarlos para que
sean realmente beneficiosos para nosotros. Un día puedes llegar a tener deseo
de levantarte de la cama porque vas a conseguir algo bueno, que deseas de
verdad. Casi siempre la puerta estrecha es la que conduce al mejor sitio. El
mundo es sabio pero no es fácil manejarlo. Primero decide lo que deseas, luego
consíguelo.
Kenosis es el abajamiento, el
empequeñecimiento, hasta hacerse nada; es la anulación de uno mismo, y esto es
algo que dicho tal cual horroriza a cualquiera que lo oye hoy en día. Está en
todas las religiones, pero no es la destrucción de uno mismo, sino de su yo
falso; del yo mediocre, egoísta y pequeño que vive pendiente de sus deseos sin
estar nunca contento, que sufre y se desespera por todo. Es este yo el que hay
que matar. A la anulación de uno mismo sigue el llenarse de Dios, y este es el
yo auténtico, el libre, el entero, el que afronta los problemas sin miedo, el que
se comparte con los demás. Este es un camino de años y quizá sin meta, como yo
lo recorro lentamente, callo y que hable Edith Stein:
“Existe un estado de quietud en Dios,
de relajación de toda actividad intelectual, en que no se hacen planes, no se
toman resoluciones, y no se actúa, sino que todo lo venidero se deja en manos
de la voluntad divina, abandonándose a la Providencia. Esta suerte me fue
deparada después de una experiencia, que sobrepasó mis fuerzas, que absorbió
toda mi energía vital y que me privó de toda actividad. La quietud en Dios es
algo totalmente nuevo y particular frente a la negación de la actividad por
falta de fuerza vital. En su lugar aparece el sentimiento de estar escondido,
de estar liberado de todo problema, preocupación u obligación. Y, mientras más
me entrego a este sentimiento, me comienzo a llenar más y más de una vida
nueva, que me empuja a nuevas ocupaciones, sin que para ello actúe la voluntad.
Esta energía vital aparece como flujo de una actividad y una fuerza que no son
mías y que, sin ningún tipo de
exigencias por mi parte, trabaja en mí”.
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