miércoles, 5 de diciembre de 2012

Deseos

Alguien me dice que no es bueno eso de refrenar los instintos, que no es natural. En realidad refrenamos nuestros instintos cada día, por ejemplo el de quedarse en la cama cuando suena el despertador. Levantarse no es lo que pide el cuerpo, pero si hacemos algo que no nos apetece demasiado y que tal vez sea duro, es porque conseguimos algo a cambio, algo que queremos, que no tendríamos de habernos quedado en la cama. Quizá nos apetezca beber y bailar todo el día, pero sinceramente, entonces no tendría ninguna gracia, lo que tiene de bueno de beber y bailar de tanto en tanto es que no lo haces siempre. Mucha gente piensa ahora que lo mejor para ellos es tener y hacer todo lo que desean en todo momento, pero yo no los veo felices, ahí está el índice de depresiones para confirmarlo. No estoy en contra de los deseos, sino de educar los deseos, de pulirlos y mejorarlos para que sean realmente beneficiosos para nosotros. Un día puedes llegar a tener deseo de levantarte de la cama porque vas a conseguir algo bueno, que deseas de verdad. Casi siempre la puerta estrecha es la que conduce al mejor sitio. El mundo es sabio pero no es fácil manejarlo. Primero decide lo que deseas, luego consíguelo.

Kenosis es el abajamiento, el empequeñecimiento, hasta hacerse nada; es la anulación de uno mismo, y esto es algo que dicho tal cual horroriza a cualquiera que lo oye hoy en día. Está en todas las religiones, pero no es la destrucción de uno mismo, sino de su yo falso; del yo mediocre, egoísta y pequeño que vive pendiente de sus deseos sin estar nunca contento, que sufre y se desespera por todo. Es este yo el que hay que matar. A la anulación de uno mismo sigue el llenarse de Dios, y este es el yo auténtico, el libre, el entero, el que afronta los problemas sin miedo, el que se comparte con los demás. Este es un camino de años y quizá sin meta, como yo lo recorro lentamente, callo y que hable Edith Stein:

“Existe un estado de quietud en Dios, de relajación de toda actividad intelectual, en que no se hacen planes, no se toman resoluciones, y no se actúa, sino que todo lo venidero se deja en manos de la voluntad divina, abandonándose a la Providencia. Esta suerte me fue deparada después de una experiencia, que sobrepasó mis fuerzas, que absorbió toda mi energía vital y que me privó de toda actividad. La quietud en Dios es algo totalmente nuevo y particular frente a la negación de la actividad por falta de fuerza vital. En su lugar aparece el sentimiento de estar escondido, de estar liberado de todo problema, preocupación u obligación. Y, mientras más me entrego a este sentimiento, me comienzo a llenar más y más de una vida nueva, que me empuja a nuevas ocupaciones, sin que para ello actúe la voluntad. Esta energía vital aparece como flujo de una actividad y una fuerza que no son mías y que, sin  ningún tipo de exigencias por mi parte, trabaja en mí”.

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