domingo, 31 de marzo de 2013

El espejo de las almas simples: Naturaleza

IX Amor: Para hablar con brevedad, tomemos por ejemplo un Alma —dice Amor— que no desee ni desprecie pobreza ni tribulación, ni misa ni sermón, ni ayuno ni oración, y le dé a Naturaleza cuanto le haga falta sin remordimientos de conciencia.

XIII Razón: Lo mejor que yo sabría aconsejar es que se deseen el desprecio, la pobreza y todo tipo de tribulaciones, misas y sermones, ayunos y oraciones, que se desee soberanamente el paraíso y se tenga miedo al infierno, que se rehúsen cualquier tipo de honor, las cosas temporales y todos los placeres, negándole a Naturaleza lo que pide, a excepción de aquello sin lo cual no podría vivir, siguiendo el ejemplo del sufrimiento y pasión de nuestro Señor Jesucristo.

Razón tiene razón, y no es un mal propósito la imitación de Cristo, pero Razón es cuadriculada, y en lugar de profundizar en su corazón, se traza un cuadro de objetivos a seguir que le parecen los rasgos principales de la vida de Jesús. Rasgos de humildad, lo cual no está mal, pero también añadidos mucho más convencionales, como las misas y los sermones, o el infantil dualismo de cielo e infierno como premio y castigo. Es la típica mentalidad de esfuerzo y recompensa: yo soy bueno, me esfuerzo en cumplir todos los retos que se me piden, y a cambio espero la recompensa de mi salvación. Por supuesto, esto exige una infraestructura, una entidad bien organizada que se encargue de gestionar la salvación y la vaya dispensando a los esforzados que se la merezcan.

No es un mal propósito una vida virtuosa, humilde y entregada, y de hecho Amor dice que no la desea ni la desprecia, y ahí está la clave. Para Amor no es un objetivo, no es una transacción de economía espiritual, por eso simplemente se sumerge en ella, y se deja llevar por Naturaleza, no entendida como la parte más vil del ser humano, sino como el Camino, la Vía espontánea y natural que siempre sabe qué es lo correcto. Este libro no se pone en contra de todas las acciones que se llevan a cabo en bien del prójimo; es el viejo dilema de la fe o las obras. Un ritualismo mecánico y vacío quizá proporcione algún servicio al necesitado, pero la verdadera transformación de las relaciones humanas sólo puede provenir del desprendimiento y la bondad espontánea, no artificial. Por eso este libro dice que la persona auténtica no necesita misas ni sermones, no necesita intermediarios… Ya sabemos lo que eso significa.

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