CXI Y ahora no
puedo ser lo que de debo ser hasta que vuelva a hallarme donde estaba, en el
punto en que estaba antes de que saliera de él tan desnuda como lo está el que
es; tan desnuda como lo estaba yo cuando era aquella que no era
LI Es
necesario—dice Amor—que esta Alma sea semejante a la Deidad, pues se ha
transformado en Dios, por lo que mantiene su verdadera forma, aquella que le
fue dada y otorgada sin comienzo por uno sólo que en su bondad la ha amado
siempre.
LXXXIII Del mismo
modo, la naturaleza del fuego no contiene en sí materia, pues hace de sí y de
la materia una sola cosa y no dos. Y así sucede con aquellas de las que
hablamos, pues Amor absorbe toda la materia de ellas en sí mismo. Amor y esas
almas son una misma cosa y no dos, pues eso supondría discordia; pero son una
sola cosa y por ello son concordia.
XXI Amor: Yo soy
Dios —dice Amor—, pues Amor es Dios y Dios es Amor.
La vuelta al origen y a la verdadera identidad, que no es otra que ser lo que siempre ha sido, lo que no sabe que es. La meta es ser uno, ¿uno cómo? Como lo son la llama y el fuego, ¿qué fuego? El fuego es el amor que consume. La Biblia dice que Dios es amor. Si Dios es amor, y Dios es la llama, y en la llama el alma se consume y es una con el fuego, entonces el alma ha llegado a ser lo que verdaderamente es, lo que siempre había sido, lo que fue desde el principio y había olvidado, el alma es Dios.
Cierto que algunos tienen problemas
para llamarlo amor, porque en la idea que tienen del amor hace falta un objeto,
y es difícil sentir amor por la nada o el vacío. Mirar el vacío sintiendo un
intenso amor hacia nada no parece tener sentido. El amor espera su recompensa,
su realización, y no puede quedarse en un eterno deseo insatisfecho. Quizá el
problema es la palabra amor, seguro que otras tradiciones tienen otros
términos, sospecho que se refieren a lo mismo. El amor con objeto es
maravilloso; el amor que va más allá del objeto es incomparable, el amor que
revienta las costuras de los corazones y se abisma en toda la existencia,
responde al irresistible instinto de no estar separado del Todo. Newton explicó
cómo los cuerpos se atraen, pero no supo explicar por qué. Todo lo existente se
atrae con una fuerza primaria, que proviene de su origen y lo lleva a su
destino. Dante acertó plenamente al llamarlo “el amor que mueve el sol y las
estrellas”.
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