LXIX El
Alma: Esas gentes —dice esta Alma—, a las que llamo asnos, buscan a Dios
en sus criaturas, en los monasterios mediante rezos, en paraísos creados, en
palabras de hombre y en las Escrituras.
Esas gentes,
que buscan a Dios por valles y montañas, tienen por cierto que Él se halla
sujeto a sus sacramentos y a sus obras.
XI Pues no hay otro Dios que aquel de
quien nada en absoluto puede conocerse; sólo ése es mi Dios del que nada sabe
decirse.
Pues, Señor
—dice el Alma—, bien maldice de vos el que siempre habla de vos, y acaba así
por no decir nada de vuestra bondad.
Pues yo sé con
certeza que nada puede decirse.
LXIX Hasta que Raquel no muera, no
podrá nacer Benjamín.
Son las formas externas de la
religión, y cumplen su función, pero Dios no está en las oraciones, ni en los
rituales, ni siquiera en la Biblia o en cualquier otro libro formado de humanas
palabras, sea o no revelado; todos esos son guías y señales en el camino, pero
aquello a lo que conducen está más allá. El que se queda encallado en estas
cosas, el que se aferra a ellas, (aquello que diferencia unas religiones de
otras, aquello que separa), las hace sus ídolos y acaba adorándolas en lugar de
aquello hacia lo que señalan. Todo aquello que da forma es un medio para llegar
a lo que está más allá, lo que no tiene forma ni puede decirse ni
comunicarse de ninguna manera, sólo puede experimentarse. El que lo ha
experimentado ya no necesita más palabras. Por eso no se dice ni se escribe lo
bastante que las palabras no pueden decir nada. Entendedlo, ninguna de estas
palabras puede decir nada. Sólo pueden decir lo que no es. No está en estas
palabras. Buscadlo más allá.
Raquel es las palabras y los
razonamientos. De ella nace Benjamín, que es la revelación de la verdad. Pero
para que Benjamín viva, Raquel debe morir. Una vez se ha nacido a la
experiencia, ya no es necesario razonar.
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