viernes, 31 de mayo de 2013

El espejo de las almas simples: nada puede decirse


LXIX El Alma: Esas gentes —dice esta Alma—, a las que llamo asnos, buscan a Dios en sus criaturas, en los monasterios mediante rezos, en paraísos creados, en palabras de hombre y en las Escrituras.
Esas gentes, que buscan a Dios por valles y montañas, tienen por cierto que Él se halla sujeto a sus sacramentos y a sus obras.

XI Pues no hay otro Dios que aquel de quien nada en absoluto puede conocerse; sólo ése es mi Dios del que nada sabe decirse.
Pues, Señor —dice el Alma—, bien maldice de vos el que siempre habla de vos, y acaba así por no decir nada de vuestra bondad.
Pues yo sé con certeza que nada puede decirse.

LXIX Hasta que Raquel no muera, no podrá nacer Benjamín.

Son las formas externas de la religión, y cumplen su función, pero Dios no está en las oraciones, ni en los rituales, ni siquiera en la Biblia o en cualquier otro libro formado de humanas palabras, sea o no revelado; todos esos son guías y señales en el camino, pero aquello a lo que conducen está más allá. El que se queda encallado en estas cosas, el que se aferra a ellas, (aquello que diferencia unas religiones de otras, aquello que separa), las hace sus ídolos y acaba adorándolas en lugar de aquello hacia lo que señalan. Todo aquello que da forma es un medio para llegar a lo que está más allá, lo que no tiene forma ni puede decirse ni comunicarse de ninguna manera, sólo puede experimentarse. El que lo ha experimentado ya no necesita más palabras. Por eso no se dice ni se escribe lo bastante que las palabras no pueden decir nada. Entendedlo, ninguna de estas palabras puede decir nada. Sólo pueden decir lo que no es. No está en estas palabras. Buscadlo más allá.

Raquel es las palabras y los razonamientos. De ella nace Benjamín, que es la revelación de la verdad. Pero para que Benjamín viva, Raquel debe morir. Una vez se ha nacido a la experiencia, ya no es necesario razonar.

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